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LA IRA SÍ ES ESPIRITUAL

Y no hay ninguna emoción que no lo sea

No deberíamos perder nunca nuestra humildad, humor, humanidad y sentido común en nombre de la espiritualidad.

He encontrado personas con ira (inconsciente) manipuladoras (sin ser conscientes) e impostoras (viviendo la vida de otros) que se hacen llamar espirituales y cuyos devotos estudiantes, facilitadores reprimen su auténtica ira en nombre de “ser también espiritual” y se comportan de manera dulce,  “empática”, “sin ego” y “sin reaccionar”.

Escucho cosas como “soy luz”, “soy pura conciencia” y “no tengo un yo y no juzgo”. Pero los hechos dicen algo distinto y detrás de escena juzgan, mienten, culpan y menosprecian a los demás, hierven en silencio o explotan de ira.  Les cuesta muchísimo si lo logran, admitir errores, reprimen su propia vulnerabilidad, sus dudas y sus miedos. Ocultan su propia vergüenza saludable. Te dicen que “te mires a ti mismo” si tienes algún problema con su comportamiento.

Si se rasca un poco su exterior tranquilo, neutral, alegre y “dulce”, “tranquilo”, “amoroso”y “complaciente” con la gente nos acabamos encontrando a su ira.  Lo salvaje y reprimido. Su grito ahogado (todos lo tenemos).

Y os escribo esto como complaciente en recuperación. Yo he sido adicta a complacer a los demás sin darme realmente cuenta. Hablo de esta experiencia con la compasión de haberla vivido en primera persona.

Porque siempre acaba llegando el día de la explosión de la ira. Insisto todos la tenemos.

Nuestro bendito niño interior se rebela ante la idea de tener que “complacer” al mundo.  Porqué no, no puede soportar el condicionamiento: que si debemos “saber estar” ocultando nuestros verdaderos pensamientos, sentimientos, deseos, nuestro desenfreno creativo. ¿Para qué? Para hacer felices a los demás, mantener la paz, evitar conflictos, ser queridos, reconocidos y admirados. 

A nuestro niño interior en el fondo le repatea y no quiere “tener que” promover una imagen que no sea auténtica, basada en el miedo y los parámetros estándar establecidos del “buen chico” o la “buena chica”, o el ser “espiritual” o el “compasivo” o, lo peor: el “pacífico artificial”. El niño interior es en esencia auténtico y se enfurece con la mentira.  Todas estas actitudes forzadas por el condicionamiento (cuando no salen con naturalidad) son máscaras, personalidades imaginarias, falsedades agotadoras diseñadas para un propósito originalmente inocente: conseguir ser amados y mantenernos así a salvo (en las primeras etapas de indefensión en nuestra vida, pertenecer al grupo y ser aceptado por él es sinónimo de supervivencia. El rechazo o la exclusión se viven como la muerte).

No te culpes por tratar de “complacer” a los demás, es simplemente un viejo programa adictivo de la infancia para “pertenecer”, una estrategia de supervivencia.  Para muchos de nosotros, cuando éramos jóvenes, si nuestro verdadero yo se hubiera revelado, estaríamos acabados.  Así que aprendimos a callar, negar o reprimir nuestros auténticos sentimientos, impulsos, fantasías, juicios, esperanzas y miedos.  El precio de la exposición era la exclusión, el rechazo familiar, la muerte física o la psicológica: la vergüenza, la culpa, el ridículo, el castigo, la retirada del amor, la inseguridad.  Para algunos de nosotros, nuestras propias vidas estaban en juego.  Nuestra adicción a la complacencia estaba allí con un propósito vital: mantenernos “a salvo”.

Así que, por supuesto, suprimimos nuestra verdad y nuestro corazón delicado y nuestra singularidad y vivimos como una persona “normal” tratando de “encajar”.  Y aprendimos a ser agradables, amables, imperturbables, buenos cristianos, buenos budistas, buenos hijos o esposos, confiables, desinteresados, tranquilos, simpáticos, “sin dar problemas”.  Aprendimos a no hablar demasiado, a no amenazar el statu quo, a no llamar la atención, a “hacer lo que vieres”, a rizar el rizo y evitar ser nosotros mismos, a no responder, a no decir No, incluso a no poner límites o a violarlos sin quejarse.

Y convertidos en “seres espirituales” aún mantenemos una guerra interna con nuestra propia vulnerabilidad humana: que si la ira es “mala” y el miedo “negativo” y que si “las personas iluminadas nunca se enojan, ni juzgan”.  Y, por supuesto, todo es un artificio, una máscara espiritualoide.  Los gurús espirituales se enfadan con sus parejas, con sus hijos, se equivocan también con sus alumnos. También tienen pensamientos y sentimientos lujuriosos y, a veces, actúan en consecuencia.  Dicen ser desinteresados pero tambien hacen cosas por dinero.  Juegan un papel  a veces como el resto de humanos porque lo son: son Seres humanos. Nadie en esta tierra se libra de ser humano. Todos son tan humanos que pretender que la espiritualidad es llegar a no serlo es una insensata estupidez. 

No hay nada malo en sí en el ser humano si sabemos aceptar y reconocer nuestras propias mierdas. Nunca te creas que eres las máscaras que usaste para esconder tus heridas de infancia cuando legítimamente era lo único que podías hacer, porque aún no estabas capacitado para lidiar con el dolor de esas heridas (eras pequeño e inocente). Entonces lo sabio fue mantener ese dolor y esas heridas a buen recaudo hasta que supieras qué hacer con ello, saber cómo sanarlas. Nunca te culpes porque incluso esas máscaras te salvaron la vida cuando estabas indefenso. No pelees con ellas ni las odies: dales las gracias y despídelas con amor cuando te des cuenta y estés listo para dejarlas ir.

Y es que nuestro niño interior siempre supo lo que era mentira. A un niño no lo engañas puedes creer que lo has hecho pero es una ficción, sabe la verdad. Es claridad pura y la energía de la mentira se percibe, vibra, supura (otra cosa es que la quieras ver y aceptar o no). Por eso su rabia auténtica y primaria por las mentiras (muy válida) vive justo debajo de la superficie de cada una de las máscaras que tratan de ocultarlas, las máscaras pretenden ocultar la verdad. Cada máscara tiene entonces un subsuelo de rabia. Porque en el fondo siempre nos jodió tener que fingir, tener que contener y reprimir nuestro ser verdadero, nuestra versión auténtica, nuestra mejor versión.

Y cuando crecemos y nuestra indefensión ya pasa a la historia, finalmente encontramos el coraje para comenzar a mostrar nuestro verdadero ser. Decir “no” cuando queremos decir “no”.  Dar nuestra verdadera opinión sobre las cosas.  No estar con gente con la que no queremos estar (aún si son familia). Establecer límites claros.  Hablar por nosotros mismos y por aquellos a quienes amamos.  Y por supuesto seguimos diciendo estupideces.  Y seguimos aprendiendo siempre. En fin: recorremos el camino que anhelamos recorrer.

Estamos más dispuestos a arriesgar nuestra imagen por la verdad de las cosas.  Sentimos y expresamos nuestro enfado.  Sentimos y expresamos nuestros miedos. Sientes y expresas tu vergüenza, tu incomodidad, la incertidumbre, tus glorios y tus miserias, tus partes humanas desordenadas o las más divinidas. 

Nos damos cuenta finalmente que aquél “complacer a la gente” nunca ha complacido a nadie en realidad, nunca (y ha hecho daño), y es una ocupación inútil, una mentira y una mentira que crea adicción. Y de la que todos hemos sido y aún somos muy probablemente adictos: esta es la adicción que más daño nos hace. Si hay un pecado original tal vez sea este: traicionar tu ser verdadero y auténtico, traicionarte es el mejor caldo de cultivo para la rabia, la impotencia, para perderse, para odiar empezando por odiar la propia falsedad. Es el pecado original y la fuente de todos los males en mi opinion: negar quien verdaderamente eres, ocultar tu ser auténtico, único y original…por disque “complacer” o “buscar esa aprobación” de los demás que te hace sentir ilusoriamente “seguro”.

Y de todos modos somos impotentes porque tampoco tenemos el poder de controlar los sentimientos de los demás, y por tanto creímos que complacíamos haciendo cosas pero no sabíamos realmente si era así, por último. Creemos que haciendo ciertas cosas vamos a complacer a ciertas personas y sacrificamos nuestra verdadera identidad en pos de ello, pero son solo nuestras creencias. 

Es urgente recuperarse de negarse a uno mismo. Dejar de tratar de hacer felices a todos y encontrar el coraje para estar con nuestro malestar, renunciar a la urgencia de resolver lo irresoluble de allá fuera y mirar hacia dentro, a nuestra propia impotencia.  Podemos llorar nuestro deseo de que mamá y papá hubieran estado presentes, nos hubieran visto, nos hubieran escuchado, nos tomaran en cuenta y nos hubieran amado si es que acaso no hicieron esas cosas como nos merecíamos. Podemos  abrir nuestro corazón para sacar nuestras tragedias, nuestros conflictos, nuestras sombras. Porque la única forma que conozco de crecer es llevando la luz a nuestras propias sombras para al fin verlas, reconocer sus consecuencias en nuestra vida, sanarlas en la medida de lo posible y dejar ir cualquier tipo de actitud complaciente que no salga naturalmente de quienes somos de verdad.

Somos luz sí pero tambien tenemos sombras: todos. Aquí venimos precisamemte a experimentar y a aprender, a iluminarnos, a tener conciencia de quiénes somos en realidad. Ese es la búsqueda del viaje interior. Y en ese viaje vamos a atravesar y saber afrontar nuestras sombras, mirarlas de frente para llevarles nuestra luz (cuando sentimos que estamos listos para afrontarlas, claro).

 Desde mi experiencia es ahí de dónde aprendo más, de mirarlas, comprenderlas, sanarlas y reparar las consecuencias que hayan podido tener en mi vida,  de soltarlas…dejarlas ir…es así como conquisto poco a poco y paso a paso mayor libertad. Como adultos ya podemos abrir nuestros corazones y sanar nuestras tragedias, conflictos, aprender a ocuparnos de nuestras sombras con amor.

Debajo de la rabia siempre encuentro miedo, dolor, vergüenza y una conciencia equivocada de pequeñez que pide ser liberada.  Los bloqueos, autoboicots, ansiedades, estrés…son un llamado a liberar todas esas emociones dañinas de las que nos hemos embutido y con las que aún cargamos. Abrirnos para liberarlas poco a poco es sanador. Aceptar nuestra vulnerabilidad como parte también de nuestra esencia, una necesidad.

Nunca estuvimos solos ni abandonados. No hay nada que temer porque no moriremos ni siquiera en la “muerte”. Estamos a salvo, siempre.  Incluso cuando nos sentimos inseguros.

Si decimos nuestra verdad, la ira válida que hemos reprimido durante tanto tiempo alimentará nuestro llanto. Lo peor nunca sucede. Cuando lo hace es que tenemos la fuerza suficiente para  afrontarlo. Y lo  enfrentamos de alguna manera. Y hoy nos encontramos aquí, vivos, respirando, temblorosos tal vez pero vivos y respirando. 

El complaciente, el salvador, el pacificador, el mediador, el que se siente responsable de la felicidad de los demás, el simpático, el dulce, el tranquilo, el inofensivo, el gurú espiritual, el discípulo fiel y culpable,  el perfecto…pueden ser desterrados ya no son útiles: esas mentiras, estas hermosas mentiras que un momento salvaron vidas, ya no nos sirven más en realidad. Cuando seas eso te saldrá por naturaleza y de manera incondicional, no “tendrás que” forzarlo o esforzarte ni pedirás o esperarás nada a cambio por “ser así”. Si te cuesta esfuerzo es que no eres eso, sí esperas el vuelto es que no es incondicional. Cuando eres así, te sale natural y no “cobras” por ello.

También somos animales de la selva pero se nos olvida.  La ira es espiritual porque es una expresión de vida y todas las expresiones de vida son espirituales porque la vida no comete errores.  Otra cosa es que no entendamos siempre el propósito de lo que ocurre pero el propósito de todo existe. No tienes que vivir con ira ni ser su esclavo de ella, pero sí aceptar tu yo auténtico. Sino la irá se acumulará y te causará estragos desde tu subconsciente.  

Cuando tratas de complacer a la gente nadie está realmente complacido, pero cuando eres auténtico tú estás complacido e invitas a otros a reconocer su propia autenticidad. Tú solo puedes ocuparte de ser auténtico tú. Cada uno de sí mismo, lo cual es un alivio.

Tu ira es vivificante y dadora de vida y te ayuda a discernir, a establecer límites y a denunciar lo falso. Te protege, alimenta tu creatividad y te ayuda a luchar por lo que amas, en paz, con calma, con amabilidad.  

¡Es parte de tu fuerza vital (paradojas de la vida)!